El Cabo Ortegal y La Fuerza Indómita de la Naturaleza
William Turner, el gran pintor que se ataba a los mástiles de los barcos para observar las tormentas, decía que en ellas veía “lo nunca visto”. Esa idea, la búsqueda de lo nunca antes captado, es lo que nos mueve a los fotógrafos a enfrentarnos a la naturaleza en su estado más puro. Cuando la borrasca Herminia golpeó con toda su fuerza el Cabo Ortegal, no pudimos resistirnos a salir con nuestras cámaras para intentar capturar ese momento único e irrepetible. Sabíamos que no sería fácil, pero algo dentro de nosotros nos empujaba a aceptar el desafío.
Desde el momento en que llegamos, nos dimos cuenta de que aquella no sería una sesión de fotos ordinaria. El ambiente era sencillamente descomunal. El viento racheado nos zarandeaba con tal intensidad que cada paso se convertía en un acto de resistencia. En un primer intento, traspasamos la barandilla para obtener una mejor perspectiva, pero una ráfaga especialmente violenta nos hizo retroceder. No solo estábamos en peligro nosotros, sino también nuestro equipo. Los ponchos que llevábamos para protegernos del agua se enroscaban en nuestras caras, y las fundas de las cámaras actuaban como velas, dificultando cualquier movimiento. Todo estaba en nuestra contra: el viento, el spray de las olas que llegaba hasta el faro, la lluvia intermitente... Sin embargo, decidimos continuar.
El cielo era un espectáculo en sí mismo, en constante cambio. En cuestión de minutos, pasaba de un breve rayo de sol que iluminaba la escena a una penumbra casi nocturna. El mar, por su parte, rugía con una violencia ensordecedora. Las olas, enormes, golpeaban Os Aguillóns con tal fuerza que parecía que intentaban partirlos. Entre ese caos visual y sonoro, todo parecía invitarnos a marcharnos, a buscar la comodidad del hogar al calor de una chimenea, pero la adrenalina que corria por nuestras venas no nos permitía abandonar.
Hubo un momento en el que, al observar el mar embravecido, no pudimos evitar pensar en los marineros que se enfrentan a tormentas como esta. La belleza de la furia natural contrastaba con el miedo que deben sentir quienes dependen de la calma del océano para su sustento. Sentimos una mezcla de emociones: respeto, admiración, temor y una profunda conexión con el lugar. El Cabo Ortegal, en ese instante, no era solo un paisaje; era un testimonio de la fuerza bruta de la naturaleza.
Fotografiar en esas condiciones es un desafío técnico y personal. Decidimos renunciar al trípode y sujetar las cámaras con las manos para tener mayor control, aunque eso significara mojarnos y exponernos aún más al viento. Sabíamos que para captar el movimiento del mar necesitábamos una velocidad de obturación específica, entre 0,5 y 1,2 segundos. Sin embargo, el viento hacía que muchas de las fotos salieran trepidadas, y los objetivos se encharcaban constantemente. A pesar de todo, encontramos momentos de belleza en medio del caos. Había una roca en particular que nos fascinaba; cada pocos minutos, una ola la engullía por completo, creando una escena de poder descomunal. Intentamos capturar ese instante perfecto durante horas, disparando más de 800 veces, pero nunca lo logramos. Esa búsqueda infructuosa, sin embargo, nos dejó una lección: a veces, el valor de la fotografía no está en el resultado, sino en el proceso.
Al final de la sesión, el Cabo Ortegal nos regaló más de 1500 imágenes, pero tan solo cuatro de ellas merecieron la pena. Fueron, como nosotros las llamamos, fotos de fortuna, pequeños tesoros obtenidos en medio de la tormenta. Cada una de ellas tiene un valor especial, no solo por lo que muestran, sino por lo que representan: la lucha contra los elementos, la paciencia, la perseverancia y el respeto hacia la naturaleza.
La borrasca Herminia nos enseñó mucho, no solo sobre el Ortegal, sino también sobre nosotros mismos. Este lugar es, sin duda, el rompeolas de la Península Ibérica, un lugar donde la naturaleza muestra su poder sin reservas. También aprendimos que, si fuera fácil fotografiar en estas condiciones, cualquiera lo haría. Esas cuatro imágenes valen mucho más para nosotros que cualquier atardecer primaveral con cielos despejados y vientos suaves. Hay una belleza particular en lo indómito, en lo que no se deja domesticar.
Con estas imágenes y este relato, queremos transmitiros un mensaje simple pero profundo: somos pequeños ante la inmensidad de la naturaleza. Ella nos da todo lo que necesitamos para vivir, pero también puede arrebatárnoslo en un instante. Nos recuerda nuestro lugar en el mundo y, al mismo tiempo, nos invita a admirarla, respetarla y aprender de ella.
El Cabo Ortegal, durante la borrasca Herminia nos dejó una lección que nunca olvidaremos y nos mostró su rostro más imponente.
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