El Ortegal Mágico, Un Viaje Guiado por tu Corazón.

El viaje había sido largo y agotador, pero la emoción de escapar de la rutina y el estrés de la ciudad nos mantenía animad@s. Con cada kilómetro que avanzábamos hacia el norte, sentíamos cómo el peso de los últimos dos años de trabajo se desvanecía poco a poco de nuestros hombros. Mi pareja y yo, éramos paramédic@ y enfermer@ respectivamente, y habíamos estado dedicad@s por completo a combatir la pandemia. Los turnos dobles interminables y la constante presión nos habían dejado exhaust@s, sin apenas tiempo para disfrutar de la vida ni para estar con nuestro pequeño hijo, Sebastián.

Con tanto trabajo, los días y los meses parecían fundirse entre las cuatro paredes del hospital. Pero de repente, sin previo aviso, se nos presentó la oportunidad de tomar unos días libres. Sin planes concretos, en medio de un caos emocional tremendo y con un deseo irrefrenable de escapar de la gran ciudad, decidimos involucrar al pequeño Sebas en la elección del destino. Le preguntamos qué le gustaría ver y su respuesta fue directa y clara: "Mamá, quiero ir al bosque".

Fue así como tomamos la decisión de subir al coche y dirigirnos hacia el norte, dejándonos llevar por la intuición del pequeño Sebas, sin saber a dónde nos llevaría esta aventura.  

Condujimos durante 4 horas, deteniéndonos un par de veces para descansar, refrescarnos y repostar. Poco a poco, entre canción y canción, casi sin darnos cuenta, llegamos a Galicia, tierra de la cual habíamos oído que era “una tierra mágica” y lo cierto es que no exageraban.

La propia carretera te conduce a través de un itinerario muy cautivador pasando de los verdes prados color esmeralda a los imponentes bosques, de una exuberancia envidiable que se extienden hasta donde alcanza la vista. En nuestro afán por descubrir lugares hermosos, decidimos consultar a Google Maps para encontrar los destinos más al norte de España. Fue entonces cuando vimos por primera vez el nombre del "Cabo Ortegal" y decidimos marcarlo como nuestro objetivo, a tan solo 100 kilómetros y hora y media más viajando en nuestro recién inaugurado “karaoke-móvil”.

Parece curioso lo agotad@s y exhaust@s que parecíamos hacía tan solo unas horas y la energía que desprendíamos ahora. “¿Sería el aire?”, pensé. Y no, no era tan solo el aire sino esta tierra.

A falta de 50 kilómetros para llegar al cabo, los bosques de eucaliptos se adueñaron por completo de los montes que rodeaban la carretera. Los eucaliptos se alzaban formando una muralla verde que bailaba al son de una suave brisa, dándonos la bienvenida y guiándonos hacia nuestro destino mientras agitaban sus ramas. Bajamos las ventanillas para dejar que el delicioso aroma de los árboles nos llenara los pulmones de aire fresco y eso nos recordó lo lejos que estábamos ya de la ciudad y lo cerca que estábamos ahora de la naturaleza que tanto ansiábamos.

Finalmente, llegamos al Cabo Ortegal. Fue una hermosa coincidencia que el sol se encontrase en su lento descenso hacia el horizonte, tiñendo el cielo de colores cálidos y vibrantes. El ya de por sí imponente paisaje adquirió entonces un encanto aún más mágico a la luz del atardecer.

Ante nuestros ojos, las aguas del Atlántico y el Cantábrico se abrazaban infinitamente y reflejaban con tonos cálidos los colores que el cielo desplegaban. A nuestros pies 'Os Aguillóns' recortando su silueta entre las olas se erigían cómo guardianes en medio del mar añadiendo un maravilloso toque de misterio y aventura al escenario. Por poniente, 'Cantís da Cova' se alzaba majestuosa, cubierta con un manto verde y desafiando al mar con su imponente grandeza.

Y en medio de aquel espectáculo casi celestial estábamos nosotr@s, a los pies del faro que con su destello intermitente es el eterno vigía del 'Paraíso de los Acantilados’, acompañado desde levante por su compañera infatigable, la 'Estaca de Bares', ambos guiando estoicamente a los navegantes en la oscuridad.

En ese instante, el tiempo pareció detenerse. Allí, bajo el embrujo del atardecer, todo el estrés y las preocupaciones se desvanecieron. Tan solo quedó la serenidad, la conexión con la naturaleza y la sensación de plenitud al estar inmersos en un escenario tan bello. Observé a mi pareja y a Sebastián y sus rostros de asombro reflejaban la belleza de aquel lugar y junt@s nos abrazamos, compartiendo la magia de aquel momento.

El atardecer en el Cabo Ortegal dejó una huella imborrable en nuestros corazones, recordándonos la importancia de detenernos a respirar y apreciar la belleza que nos rodea. Fue un hermoso regalo que guardaremos para siempre en nuestras memorias, un recordatorio de que incluso en los momentos más difíciles, la naturaleza siempre nos brinda luz y esperanza y está dispuesta a prestarnos toda su energía.

Y no podemos olvidar, por supuesto, el verdadero corazón del Ortegal: su gente. Cálid@s, acogedor@s y llen@s de hospitalidad, l@s galleg@s te envuelven con sus sonrisas y con su alegría. Su amor por la gastronomía se traduce en platos tradicionales como el ‘Pulpo a la Gallega’, los 'Berberechos a la Cariñesa’ o el ‘Caldo Gallego’, deleitando nuestro paladar y conquistando así nuestro corazón.

Durante aquel viaje hacia el norte del norte nos dimos cuenta de que Galicia es un lugar donde el tiempo parece transcurrir de forma diferente y donde la conexión con la naturaleza y la tradición se sienten a cada instante. Estar en Galicia fue como recibir un abrazo reconfortante, encontrar un refugio para nuestro espíritu y una fuente inagotable de inspiración para el resto de nuestras vidas.

Así es Galicia, un pedacito del paraíso en la tierra.


 
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